Hace 8 meses, la empresa en la que trabajaba despidió a 30 personas. Yo fui una de ellas. Tuve relativamente suerte, y encontré otro trabajo en apenas 20 días, pero con un sueldo pésimo con el que no podía seguir viviendo por mi cuenta.
Así que tuve que volver a casa de mis padres, lo que, después de años fuera, ha sido un capítulo bastante intenso en mi vida. Al principio me sentí bastante derrotado, como si hubiera dado un paso atrás y hubiera fracasado a todos los niveles. Pero, con el tiempo, he conseguido ver este regreso de otra forma.
Enfrentarme a la dinámica familiar, ahora como adulto, fue un enorme desafío. De pronto me encontré en mi antigua habitación, rodeado de recuerdos de mi adolescencia, pero con una perspectiva totalmente diferente. Mis padres estaban súper contentos por tenerme de vuelta, pero me trataban como si aun fuera un adolescente. Esto me llevó a implementar algunas estrategias para mantener mi independencia y establecer límites claros.
Una de las primeras cosas que hice fue tener una honesta conversación con mis padres sobre mis necesidades de independencia y privacidad. Juntos, encontramos un equilibrio entre mi libertad personal y las normas del hogar.
Personalicé mi espacio en la casa a mi gusto, lo cual fue clave para sentirme cómodo y respetado.
Establecí también una rutina diaria para mantener mi productividad y respetar el espacio compartido. Trabajar desde casa me obligó a explicarles claramente mis horarios y necesidades, asegurando así que todos pudiéramos convivir sin interrupciones innecesarias. Además, me comprometí a contribuir económicamente de alguna manera, lo que me permitió sentirme como uno más y no como un invitado.
Otro aspecto importante fue mantener mis relaciones sociales y hobbies. Continuar con mis actividades habituales fuera de casa me ayudó a preservar mi sentido de identidad y normalidad.
Con el tiempo, este regreso a casa se ha convertido en una experiencia más positiva que negativa. He aprendido a apreciar más a mi familia, disfrutando de los momentos juntos y valorando su apoyo incondicional. Esta etapa me ha enseñado lecciones valiosas sobre la paciencia, el respeto mutuo, y la importancia de la comunicación efectiva.
Además, ya no siento tanto que haya fracasado (al menos no me lo repito tanto). No te voy a engañar, no es nada fácil, pero cada día trato de aceptar que simplemente a veces las cosas no son como nos gustaría e intento enfocarme en volver a conseguir mi independencia económica. Mañana tengo la segunda entrevista de trabajo para empresa en la que cobraría casi el doble que ahora. Deséame suerte 😉