Los roles en la familia

Algo que últimamente me llama mucho la atención son los roles que cada uno de nosotros tenemos dentro de nuestras familias.

Como persona adulta seguramente seas de una forma determinada con tus amigos, con tu pareja, en el trabajo, como padre o madre; tienes una personalidad que has ido forjando a lo largo de muchos años.

Sin embargo, hay determinados roles que arrastramos del pasado y que solo aparecen cuando estamos con nuestra familia. Son una especie de etiquetas que nos han colgado.

Y cómo pesan esas etiquetas, joder. Tanto, que a veces se funden con nosotros mismos, colándose en nuestra personalidad e, incluso a veces nos llevan a comportarnos de esa forma concreta que, en realidad, nada tiene que ver con nosotros.

Es como si lleváramos un disfraz invisible que solo sale a relucir en las reuniones familiares. Y de nuevo, vuelves a hablar como la hija pequeña y caprichosa que quizá fuiste algún día, aunque hoy seas una alta ejecutiva cuyas decisiones en la vida te han llevado a triunfar. O el caso de ese hermano mayor y responsable, al que todos tienen por una persona fuerte e inquebrantable, y así se muestra a ojos de la familia, cuando la realidad es que se divorció hace unos meses y lo único que quiere es que le cuiden y mimen en casa.

La cuestión es que da igual que intentemos escapar de esas etiquetas, porque siempre hay alguien en la familia que nos recuerda quiénes somos para ellos. Es como un juego de roles que nunca termina y que, en ocasiones, puede alejarnos de los que más queremos, aunque sea de forma inconsciente, simplemente por la pereza de volver a enfundarnos un disfraz que ya no nos vale, que no es nuestra talla y que queremos desechar.

Al principio pensaba que sólo me pasaba a mí, pero, hablándolo con personas de mi círculo, me he dado cuenta de que es algo más habitual de lo que pensaba y de que incluso yo misma a veces etiqueto a mis familiares de una determinada manera.

Quizá sea más fácil tirar de etiquetas del pasado que admitir que ahora somos un grupo de adultos que, en realidad, no se han llegado a conocer del todo. O quizás sí seamos así, tal y como nos pintan aquellos que más nos conocen y, en realidad, estamos fingiendo el resto del tiempo.

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