La culpa tras la muerte de una madre

La muerte de mi madre fue uno de los momentos más duros de mi vida, y en el torbellino de emociones que siguieron, la culpa fue probablemente una de las más difíciles de manejar.

Desde el momento en que recibí la noticia de su fallecimiento, una serie de «y si…» comenzaron a invadir mi mente. Me atormentaba pensar en todas las veces que podría haber sido un hijo más atento. Recordaba cada visita que pospuse por estar «demasiado ocupado» y cada llamada que aplacé pensando que siempre habría una próxima vez.

Todo ello se convirtió en una fuente de remordimiento constante y, cuanto más pasaban los días, más culpa sentía. Me cuestionaba constantemente sobre nuestras últimas interacciones y revivía conversaciones antiguas, pensando una y otra vez que debería haber sido más paciente, haber escuchado más atentamente o haberle dicho más veces un simple «te quiero». Me dolía muchísimo la idea de que mi madre pudiera haber sentido que no la valoraba o que no la quería lo suficiente. (Nota mental: no dar por sentado nunca más que las personas que me rodean saben cuánto les aprecio.)

Aun no puedo decir que me haya deshecho de ese sentimiento de culpa al 100%, pero al poco tiempo encontré un método que, aunque pueda parecer pequeño, me ha sido de gran ayuda. Empecé a escribirle cartas a mi madre. En estas cartas le cuento cómo estoy, comparto con ella mis logros o mis preocupaciones del día a día y expreso los sentimientos que no he podido decirle hasta ahora. Es una forma de estar más cerca de ella, de alguna manera, y sobre todo de sacar todas esas emociones que tengo dentro.

Además, he buscado la forma de mantenerme «conectado» con ella a través de pequeños detalles o hábitos que me recuerdan a ella. Por ejemplo, en su caso le encantaban la jardinería, así que empecé a ponerle más cariño a mis plantas, con la intención y el cuidado que ella lo hacía con las suyas. Puede parecer insignificante, pero esto es ahora para mí un espacio de conexión y recuerdo, y me ayuda a recordar los buenos momentos que compartimos, en lugar de centrarme solo en las oportunidades perdidas.

Probablemente nunca deje de sentir ese pellizco de «lo que pudo haber sido», pero al menos estoy descubriendo que puedo aprender de este sentimiento. Estoy aprendiendo a perdonarme y a entender que mostrar amor de maneras imperfectas también es una forma válida de amor.