La ansiedad y el miedo a perder la cordura

Mi vida era bastante normal. Trabajo, familia, amigos; todo estaba en orden aparentemente. Sin embargo, poco a poco empecé a notar pequeñas señales de que había algo en mí que no estaba del todo bien. Me ponía nerviosa por cosas que normalmente no me habrían importado, sentía miedos irracionales y, a veces, me enfadaba mucho sin ninguna razón concreta.

Al principio no le di mucha importancia; pensaba que era solo estrés o cansancio. Hasta que un día saltó el gran detonante.

Estaba en casa, arreglándome para ir al trabajo, y de repente sentí como si el mundo se me viniera encima. El corazón se me salía literalmente, mis manos temblaban, se me hizo un nudo en la garganta y no podía concentrarme en nada. Era mi primer ataque de ansiedad, aunque en ese momento ni siquiera sabía lo que era.

Me fui al médico súper asustada y, después de explicarle todo lo que me había pasado, me recetó unas pastillas para la ansiedad. Con eso sentí cierta calma en ese momento y pensé que todo volvería a la normalidad. Pero no fue así.

A medida que pasaban los días, un nuevo miedo empezó a crecer dentro de mí: el miedo a volverme loca. Esas pastillas, que supuestamente debían calmarme, provocaban en mí una enorme angustia y, cada vez que tomaba una, me preguntaba: «¿estoy perdiendo la cabeza? ¿necesito tomarlas porque me estoy volviendo loca?»

Ese miedo comenzó a consumirme. Me obsesionaba con cada pensamiento, cada sentimiento, con cada reacción. La ironía era que cuanto más intentaba controlarlo, más descontrolada me sentía. Era como estar atrapada en un bucle de preocupación y miedo.

Encima empecé a aislarme, porque me preocupaba cómo me verían los demás, incluso mi familia y amigos. «Si se enteran de que tomo medicación para la ansiedad, ¿pensarán que estoy loca?». Suena absurdo, lo sé, pero era una pregunta constante en mi mente.

Finalmente, llegué a un punto en el que me di cuenta de que necesitaba ayuda más allá de la medicación. Busqué un psicólogo, y ahí empezó el verdadero trabajo. A través de la terapia, aprendí que estos miedos son comunes en personas con ansiedad y que no, no me estaba volviendo loca. Estaba lidiando con un trastorno de ansiedad más prolongado de lo que pensaba.

La terapia no fue una solución mágica, pero me dio las herramientas para entender y manejar mejor mis pensamientos y emociones. Aprendí a cuestionar mis miedos, a no dejar que controlaran mi vida y aprendí que tener ansiedad no me define como persona.

Hoy sigo en mi camino de comprensión y aceptación. Hace tiempo que dejé de tomar la medicación, pero continúo trabajando en mí y profundizando en esos sentimientos que me llevaron a aquel punto, probablemente por haber intentado evitarlos durante mucho tiempo.

Si estás leyendo esto y te sientes identificad@, espero que te alivie ver no eres la única persona que siente esto. El miedo a perder la cordura es, paradójicamente, una señal de que estás luchando por mantenerla. Y eso es algo valiente. Busca ayuda, apóyate en tu círculo social y ten paciencia contigo. Está bien no estar siempre bien. Lo que importa es seguir adelante.

Foto de Uday Mittal en Unsplash